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El 8 de marzo no es un día de flores ni bombones. No es un día para halagos ni para construir la ficción de que la mujer es lo mejor que pudo pasarle al mundo: durante los otros 364 días del año, no es así. Las violencias son constantes y sistémicas. La vulneración cotidiana de derechos nos hunde y nos relega a roles secundarios en una película protagonizada por otros. Vivimos en una sociedad desigual y ya no hay tiempo para negarlo o adornar la realidad.
Los avances en materia de equidad de género han sido muchos y no pueden ser desconocidos, pero es importante contar con todas y todos para seguir construyéndolos. La historia se resignifica cuando es acompañada por un presente consecuente y por la convicción de crear un futuro con utopías cumplidas. Es importante ser partícipes de un presente y un futuro donde el género no determine la idoneidad, donde podamos desarrollarnos como personas libres y plenas sin que el nacimiento biológico se convierta en una condición que defina nuestras capacidades ni nos violente en los distintos ámbitos de la vida.
El 8 de marzo no es un día de flores ni bombones: es un día de reivindicación y respeto. Somos las hijas e hijos de quienes dieron su vida para garantizar una sociedad cada vez más equitativa e inclusiva. Somos las mujeres y hombres que dan y darán las peleas que las próximas generaciones llevarán como bandera, así como nuestros ídolos llevan, llevaron y llevarán la de nuestros colores. Estamos viviendo, con los ojos bien abiertos, el cambio entre la resignación de lo que somos y la ambición de lo que queremos ser. Es el momento de ser parte.
